El Espejo

Naima caminó por varias horas extrañamente confiada. Algo en su interior insistía en que nada podía pasarle. La sensación le resultaba ajena, incluso sospechosa. Ahora figuraba a miles de kilómetros de su casa, de noche, junto a un hombre que parecía todo menos una persona común. Pero estaba tranquila, casi serena.

Cuando llegaron, él pasó primero, apartó una cortina cuidadosamente y le hizo un gesto leve con la cabeza. Adentro estaba todo oscuro y había un fuerte olor a encierro, pero eso era lo de menos. Había llegado y por fin conocería al maestro.

Pero el maestro no estaba.

El hombre encendió una vela revelando un espejo al centro de la habitación. Nada especial en él a simple vista. Un sencillo espejo del tamaño de una persona con un marco que parecía ser de metal. A su lado, un paquete vacío de cigarrillos y un cenicero.

El hombre salió abruptamente. Naima lo escuchó caminar unos pasos, luego abrir y cerrar una puerta. En un par de minutos regresó.

“Agua”, dijo con un voz baja, casi un murmullo.

“Gracias”, respondió Naima con el mismo tono. Bebió con mesura, como si cada trago le devolviera al presente. Al terminar le devolvió el recipiente.

“El Maestro, ¿Donde está? ¿Cuándo va a llegar?”

El hombre salió nuevamente sin decir nada, pero esta vez sus pasos se disolvieron.

Naima se sentó de rodillas frente al espejo y observó su reflejo un momento. Su figura se había deteriorado de tantos días sin una comida decente y de constantes caminatas por cerros interminables. Su cara estaba más delgada, lo que hacía remarcar sus líneas de expresión otorgándole un aspecto al menos 10 años mayor, no obstante, su voluntad se mantenía intacta.

“Debo meditar, debo esta preparada para cuando llegue”

Comenzó a concentrarse en su respiración y cerró los ojos. Observó el fluir de sus pensamientos, unos dulces, otros amargos, otros absurdos, pero esta vez sintió apatía por ellos, nada de su pasado o futuro importaba ahora, todo eso era irrelevante.

Su mente comenzó a rendirse ante esa indiferencia. Los pensamientos se fueron apagando como brasas que ya no encontraban oxígeno. Al final, solo el silencio y la sensación de existir permanecían.

En ese momento su cuerpo actuó por ella, abriendo sus ojos.

En el espejo seguía su reflejo, pero sus ojos estaban completamente blancos.

Naima
11 de Enero 2025